Entrevista

Semilla criolla: alfabeto de vida. (Entrevista a Rosa Poveda, campesina rebelde)

POR Juan Álvarez • 21 abril 2025

Rosa Poveda habla como un torrente de agua de montaña: imparable, ruidosa, resuelta. Su familia es campesina, boyacense ––de Moniquirá, para más señas––, y ella se reconoce campesina también, pese a haber vivido la mayor parte de su vida en Bogotá. “Soy más del campo que cualquiera de mis hermanos, pero a ellos no les gusta que yo les diga eso”.

         Para concretar esta conversación nos encontramos tres veces. Las tres veces tuvo que correr o interrumpir nuestra charla para conectarse a un taller patrocinado por una universidad, a una clase en su granja o a un reto de siembra junto a un influencer en alguno de los programas públicos en los que trabaja, porque desde hace años distintas instancias gubernamentales la contratan a ella y a su granja ecológica como ejemplo de liderazgo comunitario y saberes populares.  

         A doña Rosa, sin embargo, no le gusta la idea de liderazgo ni la palabra líder. “Los líderes están en un pedestal. Lo que nosotros queremos hacer no puede estar en un pedestal. Me considero más una animadora de la comunidad: trabajo en procura de una mejor calidad de vida de las clases populares a través del rescate de la cultura alimenticia criolla”.

         A los tres años ya sabía ordeñar. A los cuatro recolectaba semillas, iba al mercado a hacer la compra y vendía los canastos que tejía su madre. A los seis la robaron de su casa campesina para venderla como esclava. La señora que iba a comprarla dijo que no le serví a porque estaba muy pequeña, que se la entrenaran como ‘muchacha del servicio’ y que luego veía si finalmente la compraba. “Recuerdo todo lo que me hacían, cómo me golpeaban, sus amenazas: las señoras que me robaron me llevaban a una calle cerca de Paloquemao, era un basurero, me lo mostraban y me decían que ahí me iban a tirar, entre la mierda y los perros”.

         A los ocho años la encontró Alicia García, una hija de los García Ulloa, la familia poderosa de Moniquirá para la que la mamá de Rosa a veces cocinaba. Alicia la había estado buscando porque la había conocido de chiquita, se llevaban muy bien y le había tomado muchas fotos. Al enterarse del robo de la niña, Alicia contactó al F2. Una vez rescatada, Rosa entró a uno de los colegios militares en los que Alicia trabajaba. 

         De niña, Rosa nunca tuvo un peso, pero tuvo educación. Sin embargo, los cartones que acreditan esa educación tampoco fueron para ella, porque siempre ocurrió alguna agresión que no toleró y ante la que hizo explotar el mundo como no pudo hacerlo a los seis años: a los diecinueve, por ejemplo, luego de validar el bachillerato, entró al Sena a estudiar marroquinería, pero cuando iba a graduarse, el coordinador del programa le cobró la tensión que llevaban años teniendo porque el tipo recibía a las alumnas dándoles una palmada en la cola, lo que Rosa nunca permitió que hiciera con ella.

“Le saco los ojos donde me llegue a tocar”, era siempre la advertencia de Rosa.

“¿A usted qué más le da una tocadita, si es la más fea?”.

“Como soy la más fea, déjeme quieta”.

“Chichón de piso”, la insultaba el coordinador con los cartones de aprobación de créditos en la mano.

“Mejor chichón de piso que grandulón abusador”.

“Cállese”.

Rosa no se calló. Ya lo había denunciado con los profesores. Un día que la tocó le dio un bofetón que lo dejó sangrando. No recibió su cartón de marroquinería.

*

Así como nunca consiguió los cartones de todos los saberes que fue construyendo en su vida, así Rosa tampoco necesitó permiso para emprender, hace treinta años ––cuando promediaba sus veintes––, la decisión definitiva que aún hoy sigue orientando su vida: traer el campo a la ciudad; tener una finca en Bogotá.

“De varias casas en Bogotá me echaron porque yo las llenada rapidito de matas y vivía sembrando mis semillas. Una vez me tocó elegir entre el marido y el cultivo, y me quedé con el cultivo y con mis hijos. Siempre fui celosa de mi autonomía, nunca me dejé parar. La marroquinería me llevó a la zapatería, pero mi otro marido de entonces me decía ‘Qué vergüenza, usted toda marimacha, las mujeres son delicadas’. ‘Y por lo general se dejan pegar’, le contestaba yo, que tenía un lema en esos tiempos: el que me pegue no ha nacido, el día que nazca se tiene que morir”. 

         La historia de cómo Rosa consiguió y rescató el lote en la Perseverancia (estaba convertido en un basurero descomunal) en el que hoy vive y desarrolla su vocación agrícola la ha contado mil veces en diferentes documentales y entrevistas: pertenecía a un sujeto que lo había heredado de su esposa, muerta en un accidente; el sujeto no quería saber nada del lote porque le recordaba a su amada muerta; Rosa lo buscó y se lo pidió; el sujeto le dijo que lo agarrara; Rosa le dijo que no solo quería el lote sino los papeles del lote, porque iba a hacer algo importante allí; acabó persuadiéndolo. La primera jornada de limpieza la concretó en 2007 a través de una minga. Lo cuenta en un texto titulado “Rosita narra el proceso de la primera minga”, que se encuentra fácil en su blogspot: http://ecoescuelamutualitos.blogspot.com/ En ese primer mensaje se leía: “limpieza de lote para gran escuela agroecológica”.

“Mi rancho es un laboratorio de barrio. Aquí soy mentora, trabajo el primer sector de los acuerdos de paz: el agro. Desde niña mamá nos enseñó a cuidar la semilla criolla. Ya entendemos ––“se supone”, aclara y se ríe–– que tenemos que repensarnos y hacernos un ser más de la naturaleza, y no dueños de ella, pero no será posible mientras llevemos la alimentación a los escenarios de tecnificación obsesiva a los que la hemos llevado. Mi pasión y mi sentido es el mejoramiento ambiental y la soberanía alimentaria, porque Colombia es una dispensa gigantesca, con regiones y semillas variadas, pero las leyes y las instituciones que deberían velar por el campesinado no lo hacen. La ley 1032 de 2007 es una ley de patentes que atenta contra la semilla criolla, una semilla natural que se reproduce, un alfabeto de vida en el que no tiene sentido que dejemos de vivir”.

La visito una tarde entre semana en su granja laboratorio. Quiero seguir entendiendo sus prácticas y saberes alrededor de la semilla criolla. Me reciben ella y su asistente en una cocina enorme. Empieza contándome de una vez que estaba allí, junto a periodistas italianos con cámaras costosas, y entraron a robarlos. La historia es delirante. Antes de poder terminarla tocan a la puerta. Son compradores de plántulas. Los atiende. La acompaño. Empiezo a conocer el espacio de la granja. Es alucinante, intrincado, difícil de creer. Una vez los despacha nos quedamos volteando por el lote mientras su asistente la conecta al reto de siembra que aceptó hacer junto a un adolescente influencer al que considera una farsa. Está fastidiada. Le hacen una pregunta cualquiera antes de empezar la siembra y aprovecha y se despacha:

“Estamos en el centro de Bogotá ejerciendo la agricultura en la cuarta revolución industrial, desaprender para aprender nuevas formas de cultivo y así construir autonomía alimentaria… Nos están trayendo papa de otros países, sale más barato traer una papa de Bélgica que comprar una de Boyacá… ¿Saben por qué la papa que viene de Bélgica es más barata que la que viene de Boyacá…?

Rosa habla seria, pero también con cierta energía de profeta. No creo que la gente que la escucha en la transmisión sepa que está fastidiada. Sin embargo, se queda callada esperando una respuesta, nadie responde.

”Les voy a contar porque suceden estas cosas: resulta que en Bélgica los campesinos son financiados, les pagan por cultivar, pero también les dan la semilla, el abono, el veneno y todo el paquete tecnológico… En este momento 80% de los alimentos que consumimos en Colombia son importados, así perdemos soberanía alimentaria, porque la gente no se preocupa por sus alimentos más allá de conseguirlos en la tienda…”

” Desde los años cincuenta nos venden un paquete tecnológico, semillas no propias de esta tierra que necesitan de todo ese paquete tecnológico… Con la firma del TLC todo es más grave, porque estas nuevas semillas matan a las nuestras, las anteriores por lo menos no mataban nuestras semillas, estas sí, matan, acaban con las especies propias del país porque no salen de un cultivo sino de un laboratorio… 

“Los invito a entrar a Internet, busquen “ratones con tumores”, vean la investigación que hizo un francés juicioso: alimentó ratas de laboratorio con maíz y soya transgénica… Vean los resultados, si eso sucede con ratones, imagínese lo que hoy sucede con nosotros…

Sigue así, despachada, unos minutos más, hasta que amablemente le indican que solo hay una hora para el reto de siembra y ya van treinta minutos. Rosa asiente, apaga el micrófono y se dirige a la terraza donde su asistente tiene preparada una mesa, seis plantas distintas y una computadora a través de la cual transmitirán “la siembra”.

*

La granja escuela agroecológica de Rosa Poveda son alrededor de 1.800 metros cuadrados donde ha construido ya tres casas de madera y materiales reciclados que llama “viviendas de interés social”. La última de ellas va por el tercer piso. Allí arriba, en una terraza descubierta, subimos para la transmisión del reto de siembra que la tiene fastidiada.

         El espacio se recorre a través de un camino de tablas de madera a cuyos costados encuentras jardines de suculentas, viveros cubiertos donde germinan y crecen cientos de plántulas de distinto tipo, un gallinero con una docena de gallinas y patos, secciones destinadas al procesamiento de abonos y al cultivo de lombrices, huertas al aire libre, plantaciones, bosques estrechos de árboles altos donde divisas panales de abeja porque, no podía ser de otra manera, Rosa también practica la apicultura para controlar la polinización de sus flores. Veo una extraña acomodación tupida de plantas, hecha de tablas de madera y botellas de plástico llenas de tierra negra. Le pregunto qué es. “Una cerca viva de 150 plantas que ya tengo que entregar porque se me está saliendo de las manos” me dice. La granja cuenta también con un nacimiento de agua natural de un metro y sesenta centímetros de profundidad. De allí saca el agua para sus necesidades básicas y el abastecimiento del lugar. El baño es seco, sin agua. Entre los residuos orgánicos que Rosa trabaja para el abono y la siembra, está la humanaza, que resulta de los residuos fecales de ella y de su familia y tarda un año para sacarse. Paso saliva.

         Quizás su mayor orgullo sean sus cuarenta tipos de frijoles. “Ahí los ve, vivos, nutritivos, salidos de semillas criollas, renovándose en un ciclo de vida en el que yo no paro de pensar”. Me muestra también un estanque mediano donde planea cultivar peces. Primero, sin embargo, allí está creciendo “plantas lenteja”. Lo hace a partir del popó de los pollos porque quiere probar si el agua filtra. “Llevo dos meses con esto, ¡y si filtra!”, me dice emocionada.

         “Los talleres de compostaje y abonos naturales son los más solicitados. La gente como que sí anda deseosa de intentarlo en los patios de sus casas. La lombricultura es más complicada. La crianza y manejo de lombrices en cautiverio requiere de mucha atención. A la gente le gusta el taller acá para aprender, pero menos la idea de intentarlo en las tierras de sus casas. La práctica que más me gusta enseñar es la de la huerta vertical, en una puntilla, cerca de una ventana: de la puntilla cuelgas una pita, de la pita amarras tres o cuatro culos de botellas plásticas vacías, en las botellas echas tierra, una semilla y agua y ves crecer la oportunidad de un jardín”.

*

         En 2013, el artista y arquitecto Nicolás París presentó la exposición Petricolor, que se propuso como “un aula para observar la operación de la naturaleza”. La exposición tuvo una programación pedagógica, y las cabezas de esa programación fueron la Granja Escuela Agroecológica Mutualitos y Mutualitas de Rosa Poveda y Rosa misma, que aportó el saber vivo de la identificación de plantas que crecieron espontáneamente en los artefactos preparados para la exposición y sustanció aquel discurso del arte y la cultura  como escenarios de aprendizaje y construcción de una nueva relación con la naturaleza porque se trata, en buena medida, de aquello que ella encarna: la vanguardia terrosa de la semilla criolla como alfabeto vital de una cultura campesina que, desde las ciudades, nos empeñamos en desdeñar. 

Toda semilla es también la encarnación de una espera: una semilla sabe esperar la combinación única de temperatura, humedad y luz porque esa combinación significa su primera y única oportunidad de crecer y desplegar el relato de su alfabeto genético. Cuando vamos al bosque levantamos la cabeza y nos asombramos con la altura de los árboles, pero apenas reparamos en el hecho de que, por cada uno de esos árboles erguidos y espesos, cientos de semillas en la tierra jamás tendrá la oportunidad de salir a la luz. “Mutualitos” y “mutualitas” son palabras inventadas por Rosa Poveda para nombrar el cuidado ecológico mutuo que aspira a que, niños y niñas, se brinden: mundos de temperatura, humedad y luz donde vuelva a ser posible la lectura orgánica de la naturaleza.

Juan Álvarez

Escritor y ensayista. Ganador del Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá (2005) y del Premio de Ensayo Revista Iberoamericana (2010). Autor de cuentos, novelas y ensayos, ha sido finalista del Premio Espartaco y fue seleccionado entre los “25 secretos mejor guardados de América Latina” por la FIL Guadalajara. Es MFA por la Universidad de Texas en El Paso y PhD por la Universidad de Columbia. Coordina la línea de escritura creativa del Instituto Caro y Cuervo.

MaTeresaAndruetto
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Entrevista

Soy la hija de un viaje

POR Beatriz Helena Robledo • 21 noviembre 2023

20 MINUTOS

Para la primera edición de Tinta Impresa, como editora invitada elegí el tema central del viaje. El viaje, o los viajes, porque encuentro que la palabra viaje tiene muchas maneras de abordarse: hacemos viajes reales, viajes en el espacio, viajes simbólicos, viajes psíquicos, viajes líricos, viajes literarios, entre otros.

En esa búsqueda pensé en María Teresa Andruetto, o “Tere”, como muchos le decimos, porque creo que su obra, bella y amplia, aborda el viaje de diferentes maneras.

María Teresa es escritora argentina, nació en Córdoba, vive en Córdoba y se ha dedicado a la docencia y a la escritura. Estudió Letras y fue cofundadora del Instituto de Literatura Infantil y Juvenil en Argentina donde fue profesora durante muchos años. Hace unos talleres de escritura maravillosos y además escribe cuentos, novelas; escribe para adultos, escribe para niños y escribe una poesía hermosa que llega al alma. Para mí, Tere es, sobre todo, poeta.

Ha ganado varios premios, entre ellos uno muy importante que nos hizo sentir orgullosos a todos los latinoamericanos: el Premio Hans Christian Andersen de literatura infantil y juvenil, en 2012, que, para los que no lo conocen, es como ganarse el Nobel de los libros para niños y jóvenes.

Nos encontramos con Tere, vía Zoom.

Beatriz Helena:.

Tere, revisando tu obra maravillosa, en el tema del viaje, de los viajes, hay un libro emblemático, Stefano 1 : la travesía de ese joven que viene de Italia hacia América en lo que yo creo que se plantea como el inicio de una historia familiar. Hay muchos viajes en Stefano. Cuéntanos un poco sobre esos viajes.

María Teresa:

Stefano es en su estructura una novela de viaje. Podemos decir que hay muchos modos de viajar; es una novela de viaje en el sentido de que ocurre un poco en barco, un poco en tren, un poco a pie. Pero tiene varios sentidos el viaje aquí, porque es además el viaje de un migrante que sale de un país para buscar su lugar en otro. Y es también el viaje de un niño hacia su condición de hombre, porque cuando Stefano sale es todavía un muchachito, y cuando la novela termina, cuando se detiene en algún lugar —porque él todo el tiempo de la novela va viajando—, cuando finalmente ancla, es fruto del amor. Cuando la novela lo deja, él ya es un hombre, y esa palabra, hombre, es precisamente la última palabra del libro.

Y a mí me parece también que Stefano es un viaje desde la madre a la mujer amada, o a la compañera. Todos hacemos ese viaje desde la casa hacia la nueva casa en la que vamos a vivir, con un compañero o compañera, o a veces solos.

Y sí, Stefano también tiene mucha marca familiar, porque mi papá era italiano, la familia de mi mamá también. Ella no, ella nació en Argentina, pero mis abuelos maternos habían llegado a América a fines del siglo XIX, eran campesinos pobres italianos que habían venido de un pueblo a otro pueblo, así como llegó la emigración italiana y gallega, inmigración pobre.

Mi papá, en cambio, vino después de la Segunda Guerra. La suya era otro tipo de emigración, porque él tenía estudios superiores allá. La suya fue una emigración por una decepción política. Terminada la guerra, él, que había estado en el movimiento partisano, tenía ya veintiocho años cuando llegó al país. Y aunque esa no es ni la edad de Stefano ni la época en que viene Stefano —y solo algunas de las cosas que le pasan al personaje tienen que ver con mi papá y mi mamá—, lo que más tiene que ver con mi familia es el comienzo y el final de esa historia. El comienzo en el sentido de que mi papá contaba que le había prometido a su madre regresar en diez años a Italia, y el final porque de un modo parecido al de la novela fue como se conocieron mi papá y mi mamá.

Y aunque yo de chica no viajé mucho, pues vivíamos en el pueblo en una situación económica apretada, y mis viajes fuera del país han sido todos de adulta, ligados a la escritura, invitaciones y demás, yo soy la hija de un viaje, soy la hija de un hombre que hizo un viaje muy largo, como se hacía en esa época.

Todos los años, cuando yo era chica, cada 28 de noviembre —el día en que él había llegado al país, en 1948—, mi papá sacaba un álbum de fotos del viaje y recorría con mi madre el viaje hacia Argentina, que era también un viaje hacia ella.

BH:.

Hay un tema que tú exploras muchísimo que es la memoria, el viaje al pasado. En Lengua madre, otro de tus libros, viajamos al pasado a través de los álbumes de fotografía, del recuerdo de la abuela, de la madre 2. Cuéntanos un poco de ese viaje a la memoria.

MT:

Antes hago un pequeño desvío: yo creo que hay dos grandes formas de encarar una novela, una es la novela de viaje, que, aunque no siempre cuente un viaje físico —puede ser el viaje de la memoria—, hace parte de esas novelas que hacen un tránsito temporal, y ahí está Lengua madre.

La otra manera de contar una novela es rodear un punto enigmático, que es lo que yo intenté hacer por ejemplo en La mujer en cuestión. Me parece que esas son las dos grandes formas de novelar, y, si se quiere, son geométricas, como una circunferencia o una línea.

Lengua madre tiene una línea de tiempo en la que la escritura va y viene. El lector se mueve entre la abuela, la madre y la hija, tres mujeres que juegan a la partida de naipes de su vida en un contexto que es la dictadura argentina.

Y todos estos viajes tienen una base de fondo, que es a su vez otro viaje, el de la búsqueda de identidad, que para mí es muy fuerte: quién es uno, quién es ese personaje, cómo se encuentra consigo, con su pasado. En Lengua madre estamos ante una mujer joven que, para construirse en el presente, necesita ver la historia de su madre y de su abuela, saber en qué se parece a ellas, a las que estuvieron antes, y en qué medida se diferencian.

Se trata de una búsqueda de identidad que es individual, un camino, un viaje que es también social porque soy yo buscándome a mí misma en los personajes; los personajes buscándose a ellos mismos en mis escritos, y así terminamos por ir hacia una búsqueda de identidad social.

En Argentina somos todavía una sociedad en construcción, entre los pueblos originarios, las grandes camadas inmigratorias, la negación durante tanto tiempo, por ejemplo, de la población negra. Recién ahora se está recuperando ese relato que durante mucho tiempo nos contamos a nosotros mismos acerca de que todo viene de la inmigración. Y aunque es un trabajo que está todavía en proceso en nosotros, es un viaje, también.

BH:.

En Veladuras 3 se ve mucho esto que nos dices sobre la búsqueda de la identidad. La construcción de ese personaje que está fragmentado, desbaratado. Es bellísimo cómo vas poniendo las capas, una tras otra, para reconstruirlo.

MT:

Veladuras es un viaje de la protagonista hacia la cultura y la identidad de su padre, de su abuela. Es un viaje al ser, podríamos decir, a lo que ella es o quiere ser. Aunque es también un viaje físico: ella se va para curarse del alma, se va desde la llanura al noroeste, a un lugar muy alejado. En la novela es un lugar casi en el límite con Bolivia. Es un viaje de una cultura a la otra. La protagonista se llama Rosa Mamaní, un apellido aimara de una etnia que habita en el noreste de Argentina y en Bolivia. Rosa tiene una madre de origen inmigrante, gringa —acá no les decimos gringos a los norteamericanos, sino a los italianos—. Su madre es de origen inmigrante y su padre es de origen indígena.

En esa historia hay una elección de irse a otra parte, algo que también es interesante de los viajes. Me parece que los personajes de mis libros eligen trasladarse, irse de un lugar a otro buscando una vida mejor, una vida que a veces logran y a veces no. Una vida mejor que a veces es de orden económico, como Stefano, que sale de Italia para buscar trabajo en la Argentina, y otras veces de orden identitario, como Rosa Mamaní, que viaja para encontrarse con ella misma, con su parte originaria, que es la que ella elige ser.

En otro libro mío, El país de Juan 4, una familia que está en el campo resuelve irse a la ciudad. Los malos gobiernos y las sequías los empobrecen hasta que deciden emigrar. En la ciudad la cosa no va bien y terminan por regresar a su lugar. Y ahora voy a contar algo muy personal: cuando de grande empecé a viajar y vi argentinos que vivían en otros lugares, sobre todo en los países europeos —porque aquí también muchas personas se han ido del país—, yo siempre sentí que uno vive mejor en su propio país, en su propio lugar, y esto tal vez sea porque a mí me parece que a mi papá, a pesar de todo, lo atravesó la tristeza de ese viaje.

BH:.

Tere, yo creo que esa tristeza, esa nostalgia están muy presentes en toda tu obra, todo eso que me cuentas me hace pensar en otro libro tuyo en el que el viaje es una búsqueda afectiva. Hablo de La niña, el corazón y la casa 5. Para mí esa es una historia que conecta con tu noción de cómo la literatura permite tejer de otra manera los viajes dolorosos de la vida. Y quiero preguntarte sobre los viajes literarios, sobre cómo para ti el lenguaje es una manera, y la literatura otra, de viajar.

MT:

Bueno, yo me crie en un pueblo pequeño en la llanura, en una familia donde no viajábamos. Cuando yo era niña, la única salida del pueblo era para ir a ver a mis abuelos maternos, que vivían a 70 km. A mis abuelos paternos no los conocí, solo por cartas y fotos, porque vivían en Italia y esa era la salida.

Para entonces no había televisión en el pueblo, mucho menos internet, así que los viajes eran los libros y las historias, y lo que se escuchaba por la radio, y lo que contaba la gente acerca de su vida. Yo fui una niña tempranamente apasionada por los relatos, no solo por los libros que había aquí en casa, porque mis padres eran lectores y eso los diferenciaba en el lugar en que vivíamos. Éramos la única casa del barrio donde había libros; los chicos iban a mi casa a buscar libros para sus deberes. Pero a mí no solo me gustaban los libros, sino también lo que me contaban los adultos. Por ejemplo, teníamos un vecino, un señor ya mayor, como de la edad mía de hoy, y yo me iba hasta la casa de él y a la vuelta él me contaba películas. A él le gustaba el cine y a mí me encantaba, pero solo había un cine en el pueblo. Y aunque íbamos los domingos a la tarde al cine, me encantaba que él me contaba otras películas.

Del catecismo me gustaban las historias bíblicas o las vidas de santos, las de las santas, sobre todo, todas esas historias eran viajes hacia otras personas, hacia otras vidas, hacia otros lugares.

Y, claro, la literatura también siempre ha sido un modo de sanar, porque permite, llamémoslo, un sufrimiento o una alegría, que está ahí, pero que no son los de la vida, sino una metáfora de todo eso. Grossman, escritor israelí, dice que los cuentos son el único lugar donde está la herida y su curación, por eso a uno le duelen los personajes, le alegran o los disfruta, y a veces sufre con ellos, pero también en los cuentos está la cura de todo eso.

Los cuentos son el único lugar donde está la herida y su curación.

BH:.

En ese libro maravilloso Hacia una literatura sin adjetivos 6 dices: “porque un libro es un viaje que se hace a partir de capas y capas de escritura, de sucesivas evidencias a la forma para lograr un tono, para buscar un ritmo, para que suene bien, para que se vuelva familiar lo que era extraño, para que se vuelva extraño lo que era familiar, buscando que lo conocido se rompa, se esmerile, se estalle la ruptura que deje ver por debajo algún resplandor de eso que llamamos vida”.

MT:

Porque también escribir es para mí un viaje muy hondo, es un camino de conocimiento, un viaje hacia algo que uno no sabe y que va descubriendo a lo largo de la escritura.

Hay un libro mío muy pequeño que no sé si circula en Colombia, titulado El árbol de lilas 7. Ahí una mujer que pasa de largo frente a un hombre, viaja por el mundo buscándolo, hasta que se da cuenta de que era aquel que estaba el comienzo y que ella no pudo verlo. Muchas veces me han dicho —y ahí descubrí que a partir de la lectura de otros también se aprende— que esa historia es como los cuentos tradicionales, pero al revés, porque él es el que espera y ella la que busca y hace un viaje hacia el amor. Acá ella no es princesa, es normal, una mujer común que sale a buscar a quien ella va a amar, a su enamorado, y me parece que eso tiene mucho que ver conmigo. Es un cuento que escribí hace tiempo y yo fui viendo después que en realidad yo he sido así en la vida, he salido yo a buscar las cosas que quería, no he esperado, he tenido esa idea de la vida como un viaje, un desafío, un viaje hacia los trabajos o la escritura, la publicación, el amor. No me he sentado a esperar, sino que he trabajado para eso.

BH:.

Eso se nota. Y quiero tocar un tema que tiene que ver con lo que estás diciendo: tu búsqueda de la voz y el lugar de las mujeres. En tu libro Cacería 8 es evidente. El primer cuento de ese libro para mí es magistral. Cuéntanos sobre esa búsqueda tuya, ese viaje por la voz y el lugar de las mujeres.

MT:

Yo tengo una genealogía de mujeres fuertes, pero no fuertes porque anularan el lugar del varón. Mis abuelas, sobre todo de la línea materna, fueron mujeres que tuvieron que ser jefas de hogar por haber tenido a sus maridos enfermos, por viudez temprana, por distintas cuestiones de la vida, y conoces algo ahí en esa fuerza de las mujeres. Luego, yo también tengo una cierta militancia en organizaciones de mujeres; bueno, esa potencia de las mujeres, que es una potencia distinta a la de los varones, tiene mucho que ver con las redes de contención amorosas, de cuidado, de defensa de lo propio y bueno. También tengo dos hijas mujeres, tuve una hermana mujer muy importante para mí, una red de amigas.

Todo eso aparece en las escrituras y también me he enojado con muchas cosas que han sucedido ahora, en la lucha de las mujeres en Argentina, pero también me he enojado con escritores varones que nunca citan a mujeres, y entonces he puesto escritos en los epígrafes, las he citado, las he leído en cantidad.

Trabajo con mi hija y otra mujer en una colección de rescate de narradoras argentinas olvidadas, con una editorial universitaria de aquí, y con ellas hacemos una recuperación de obras de escritoras que ya no están, como parte de la búsqueda de una genealogía de escritoras mujeres.

El poeta italiano Eugenio Montale dijo que hacen falta muchos hombres para hacer un hombre, yo digo que hacen falta muchas mujeres para hacer una mujer y hacen falta muchas escritoras para hacer a una escritora.

BH:.

Quisiera cerrar con un poema tuyo, porque no podemos dejar a nuestros lectores sin saborear tu poesía:

Entre tus fauces

Río de lomo azul donde navego
con la cabeza otra vez contra
la orilla, devuélveme el resuello
y el talle que he tenido entre tus fauces;
y esta memoria que se lo come todo,
llévatela. Aquella niña calando
sandía en el patio y los amargos
granados abiertos, diamantes
de azúcar, llévatelos. Llévate también
a ese hombre de cejas espesas
y mirada viva que me ha mirado tanto.
Llévate los días, y el recuerdo
de los días, y la tarde en que se fueron,
y el abrazo. Muchas veces Caronte
me pidió que entregara la dádiva,
y yo la di, y los subí a la barca,
y los empujé hacia el agua
que hace sombra. Vuelve siempre
un camino de cipreses y el crujido
de mis pasos en la arena. Vuelven
los que trazan la huella de los días
y reclaman: Mira hacia arriba.
Y yo por el cielo, huérfana, buscando
el Caprino, los Gemelos, un recuerdo
de agua azul sin alimañas. Mira
hacia arriba, dicen, y yo en tus fauces
otra vez, contra la orilla.

MT:

Gracias, Beatriz.

 beatriz helena robledo
Beatriz Helena Robledo

Escritora, promotora de lectura e investigadora en literatura infantil y en procesos de formación lectora. Ha escrito libros de ficción y biografías.

MaTeresaAndruetto
MaTeresaAndruetto
Entrevista

Soy la hija de un viaje

POR Beatriz Helena Robledo • 20 noviembre 2023

20 MINUTOS

Para la primera edición de Tinta Impresa, como editora invitada elegí el tema central del viaje. El viaje, o los viajes, porque encuentro que la palabra viaje tiene muchas maneras de abordarse: hacemos viajes reales, viajes en el espacio, viajes simbólicos, viajes psíquicos, viajes líricos, viajes literarios, entre otros.

En esa búsqueda pensé en María Teresa Andruetto, o “Tere”, como muchos le decimos, porque creo que su obra, bella y amplia, aborda el viaje de diferentes maneras.

María Teresa es escritora argentina, nació en Córdoba, vive en Córdoba y se ha dedicado a la docencia y a la escritura. Estudió Letras y fue cofundadora del Instituto de Literatura Infantil y Juvenil en Argentina donde fue profesora durante muchos años. Hace unos talleres de escritura maravillosos y además escribe cuentos, novelas; escribe para adultos, escribe para niños y escribe una poesía hermosa que llega al alma. Para mí, Tere es, sobre todo, poeta.

Ha ganado varios premios, entre ellos uno muy importante que nos hizo sentir orgullosos a todos los latinoamericanos: el Premio Hans Christian Andersen de literatura infantil y juvenil, en 2012, que, para los que no lo conocen, es como ganarse el Nobel de los libros para niños y jóvenes.

Nos encontramos con Tere, una tarde, vía Zoom.

Beatriz Helena:.

Tere, revisando tu obra maravillosa, en el tema del viaje, de los viajes, hay un libro emblemático, u003cemu003eStefanou003c/emu003e u003ca href=u0022#BOX:Stefano. Bogotá: Babel Libros, 2008.u0022u003eu003csupu003e1u003c/supu003eu003c/au003e : la travesía de ese joven que viene de Italia hacia América en lo que yo creo que se plantea como el inicio de una historia familiar. Hay muchos viajes en Stefano. Cuéntanos un poco sobre esos viajes.

María Teresa:

Stefano es en su estructura una novela de viaje. Podemos decir que hay muchos modos de viajar; es una novela de viaje en el sentido de que ocurre un poco en barco, un poco en tren, un poco a pie. Pero tiene varios sentidos el viaje aquí, porque es además el viaje de un migrante que sale de un país para buscar su lugar en otro. Y es también el viaje de un niño hacia su condición de hombre, porque cuando Stefano sale es todavía un muchachito, y cuando la novela termina, cuando se detiene en algún lugar —porque él todo el tiempo de la novela va viajando—, cuando finalmente ancla, es fruto del amor. Cuando la novela lo deja, él ya es un hombre, y esa palabra, hombre, es precisamente la última palabra del libro.rnrnY a mí me parece también que Stefano es un viaje desde la madre a la mujer amada, o a la compañera. Todos hacemos ese viaje desde la casa hacia la nueva casa en la que vamos a vivir, con un compañero o compañera, o a veces solos.rnrnY sí, Stefano también tiene mucha marca familiar, porque mi papá era italiano, la familia de mi mamá también. Ella no, ella nació en Argentina, pero mis abuelos maternos habían llegado a América a fines del siglo XIX, eran campesinos pobres italianos que habían venido de un pueblo a otro pueblo, así como llegó la emigración italiana y gallega, inmigración pobre.rnrnMi papá, en cambio, vino después de la Segunda Guerra. La suya era otro tipo de emigración, porque él tenía estudios superiores allá. La suya fue una emigración por una decepción política. Terminada la guerra, él, que había estado en el movimiento partisano, tenía ya veintiocho años cuando llegó al país. Y aunque esa no es ni la edad de Stefano ni la época en que viene Stefano —y solo algunas de las cosas que le pasan al personaje tienen que ver con mi papá y mi mamá—, lo que más tiene que ver con mi familia es el comienzo y el final de esa historia. El comienzo en el sentido de que mi papá contaba que le había prometido a su madre regresar en diez años a Italia, y el final porque de un modo parecido al de la novela fue como se conocieron mi papá y mi mamá.rnrnY aunque yo de chica no viajé mucho, pues vivíamos en el pueblo en una situación económica apretada, y mis viajes fuera del país han sido todos de adulta, ligados a la escritura, invitaciones y demás, yo soy la hija de un viaje, soy la hija de un hombre que hizo un viaje muy largo, como se hacía en esa época.rnrnTodos los años, cuando yo era chica, cada 28 de noviembre —el día en que él había llegado al país, en 1948—, mi papá sacaba un álbum de fotos del viaje y recorría con mi madre el viaje hacia Argentina, que era también un viaje hacia ella.

BH:.

Hay un tema que tú exploras muchísimo que es la memoria, el viaje al pasado. En u003cemu003eLengua madreu003c/emu003e, otro de tus libros, viajamos al pasado a través de los álbumes de fotografía, del recuerdo de la abuela, de la madre u003ca href=u0022#BOX:Lengua madre. Argentina: Literatura Random House, 2010.u0022u003eu003csupu003e2u003c/supu003eu003c/au003e. Cuéntanos un poco de ese viaje a la memoria.

MT:

Antes hago un pequeño desvío: yo creo que hay dos grandes formas de encarar una novela, una es la novela de viaje, que, aunque no siempre cuente un viaje físico —puede ser el viaje de la memoria—, hace parte de esas novelas que hacen un tránsito temporal, y ahí está Lengua madre.rnrnLa otra manera de contar una novela es rodear un punto enigmático, que es lo que yo intenté hacer por ejemplo en u003cemu003eLa mujer en cuestiónu003c/emu003e. Me parece que esas son las dos grandes formas de novelar, y, si se quiere, son geométricas, como una circunferencia o una línea.rnrnu003cemu003eLengua madreu003c/emu003e tiene una línea de tiempo que en la que la escritura va y viene. El lector se mueve entre la abuela, la madre y la hija, tres mujeres que juegan a la partida de naipes de su vida en un contexto que es la dictadura argentina.rnrnY todos estos viajes tienen una base de fondo, que es a su vez otro viaje, el de la búsqueda de identidad, que para mí es muy fuerte: quién es uno, quién es ese personaje, cómo se encuentra consigo, con su pasado. En Lengua madre estamos ante una mujer joven que, para construirse en el presente, necesita ver la historia de su madre y de su abuela, saber en qué se parece a ellas, a las que estuvieron antes, y en qué medida se diferencian.rnrnSe trata de una búsqueda de identidad que es individual, un camino, un viaje que es también social porque soy yo buscándome a mí misma en los personajes; los personajes buscándose a ellos mismos en mis escritos, y así terminamos por ir hacia una búsqueda de identidad social.rnrnEn Argentina somos todavía una sociedad en construcción, entre los pueblos originarios, las grandes camadas inmigratorias, la negación durante tanto tiempo, por ejemplo, de la población negra. Recién ahora se está recuperando ese relato que durante mucho tiempo nos contamos a nosotros mismos acerca de que todo viene de la inmigración. Y aunque es un trabajo que está todavía en proceso en nosotros, es un viaje, también.

BH:.

En u003cemu003eVeladurasu003c/emu003e u003ca href=u0022#BOX:Veladuras. Bogotá: SM, 2009.u0022u003eu003csupu003e3u003c/supu003eu003c/au003e se ve mucho esto que nos dices sobre la búsqueda de la identidad. La construcción de ese personaje que está fragmentado, desbaratado. Es bellísimo cómo vas poniendo las capas, una tras otra, para reconstruirlo.

MT:

u003cemu003eVeladurasu003c/emu003e es un viaje de la protagonista hacia la cultura y la identidad de su padre, de su abuela. Es un viaje al ser, podríamos decir, a lo que ella es o quiere ser. Aunque es también un viaje físico: ella se va para curarse del alma, se va desde la llanura al noroeste, a un lugar muy alejado. En la novela es un lugar casi en el límite con Bolivia. Es un viaje de una cultura a la otra. La protagonista se llama Rosa Mamaní, un apellido aimara de una etnia que habita en el noreste de Argentina y en Bolivia. Rosa tiene una madre de origen inmigrante, gringa —acá no les decimos “gringos” a los norteamericanos, sino a los italianos—. Su madre es de origen inmigrante y su padre es de origen indígena.rnrnEn esa historia hay una elección de irse a otra parte, algo que también es interesante de los viajes. Me parece que los personajes de mis libros eligen trasladarse, irse de un lugar a otro buscando una vida mejor, una vida que a veces logran y a veces no. Una vida mejor que a veces es de orden económico, como Stefano, que sale de Italia para buscar trabajo en la Argentina, y otras veces de orden identitario, como Rosa Mamaní, que viaja para encontrarse con ella misma, con su parte originaria, que es la que ella elige ser.rnrnEn otro libro mío, u003cemu003eEl país de Juanu003c/emu003e u003csupu003eu003ca href=u0022#BOX:El país de Juan. Argentina: Sudamericana, 2018.u0022u003e4u003c/au003eu003c/supu003e, una familia que está en el campo resuelve irse a la ciudad. Los malos gobiernos y las sequías los empobrecen hasta que deciden emigrar. En la ciudad la cosa no va bien y terminan por regresar a su lugar. Y ahora voy a contar algo muy personal: cuando de grande empecé a viajar y vi argentinos que vivían en otros lugares, sobre todo en los países europeos —porque aquí también muchas personas se han ido del país—, yo siempre sentí que uno vive mejor en su propio país, en su propio lugar, y esto tal vez sea porque a mí me parece que a mi papá, a pesar de todo, lo atravesó la tristeza de ese viaje.

BH:.

Tere, yo creo que esa tristeza, esa nostalgia están muy presentes en toda tu obra, todo eso que me cuentas me hace pensar en otro libro tuyo en el que el viaje es una búsqueda afectiva. Hablo de u003cemu003eLa niña, el corazón y la casau003c/emu003e u003ca href=u0022#BOX:La niña, el corazón y la casa. Bogotá: Babel Libros, 2012.u0022u003eu003csupu003e5u003c/supu003eu003c/au003e. Para mí esa es una historia que conecta con tu noción de cómo la literatura permite tejer de otra manera los viajes dolorosos de la vida. Y quiero preguntarte sobre los viajes literarios, sobre cómo para ti el lenguaje es una manera, y la literatura otra, de viajar.

MT:

Bueno, yo me crié en un pueblo pequeño en la llanura, en una familia donde no viajábamos. Cuando yo era niña, la única salida del pueblo era para ir a ver a mis abuelos maternos, que vivían a 70 km. A mis abuelos paternos no los conocí, solo por cartas y fotos, porque vivían en Italia y esa era la salida.rnrnPara entonces no había televisión en el pueblo, mucho menos internet, así que los viajes eran los libros y las historias, y lo que se escuchaba por la radio, y lo que contaba la gente acerca de su vida. Yo fui una niña tempranamente apasionada por los relatos, no solo por los libros que había aquí en casa, porque mis padres eran lectores y eso los diferenciaba en el lugar en que vivíamos. Éramos la única casa del barrio donde había libros; los chicos iban a mi casa a buscar libros para sus deberes. Pero a mí no solo me gustaban los libros, sino también lo que me contaban los adultos. Por ejemplo, teníamos un vecino, un señor ya mayor, como de la edad mía de hoy, y yo me iba hasta la casa de él y a la vuelta él me contaba películas. A él le gustaba el cine y a mí me encantaba, pero solo había un cine en el pueblo. Y aunque íbamos los domingos a la tarde al cine, me encantaba que él me contaba otras películas.rnrnDel catecismo me gustaban las historias bíblicas o las vidas de santos, las de las santas, sobre todo, todas esas historias eran viajes hacia otras personas, hacia otras vidas, hacia otros lugares.rnrnY, claro, la literatura también siempre ha sido un modo de sanar, porque permite, llamémoslo, un sufrimiento o una alegría, que está ahí, pero que no son los de la vida, sino una metáfora de todo eso. Grossman, escritor israelí, dice que los cuentos son el único lugar donde está la herida y su curación, por eso a uno le duelen los personajes, le alegran o los disfruta, y a veces sufre con ellos, pero también en los cuentos está la cura de todo eso.

BH:.

En ese libro maravilloso u003cemu003eHacia una literatura sin adjetivosu003c/emu003e u003ca href=u0022#BOX:Hacia una literatura sin adjetivos. Bogotá: Luna Libros, 2018.u0022u003eu003csupu003e6u003c/supu003eu003c/au003e dices: “porque un libro es un viaje que se hace a partir de capas y capas de escritura, de sucesivas evidencias a la forma para lograr un tono, para buscar un ritmo, para que suene bien, para que se vuelva familiar lo que era extraño, para que se vuelva extraño lo que era familiar, buscando que lo conocido se rompa, se esmerile, se estalle la ruptura que deje ver por debajo algún resplandor de eso que llamamos vida”.

MT:

Porque también escribir es para mí un viaje muy hondo, es un camino de conocimiento, un viaje hacia algo que uno no sabe y que va descubriendo a lo largo de la escritura.rnrnHay un libro mío muy pequeño que no sé si circula en Colombia, titulado u003cemu003eEl árbol de lilasu003c/emu003e u003csupu003eu003ca href=u0022#BOX:El árbol de lilas. Córdoba (Argentina): Comunicarte, 2008.u0022u003e7u003c/au003eu003c/supu003e. Ahí una mujer que pasa de largo frente a un hombre, viaja por el mundo buscándolo, hasta que se da cuenta que era aquel que estaba el comienzo y que ella no pudo verlo. Muchas veces me han dicho —y ahí descubrí que a partir de la lectura de otros también se aprende— que esa historia es como los cuentos tradicionales, pero al revés, porque él es el que espera y ella la que busca y hace un viaje hacia el amor. Acá ella no es princesa, es normal, una mujer común que sale a buscar a quien ella va a amar, a su enamorado, y me parece que eso tiene mucho que ver conmigo. Es un cuento que escribí hace tiempo y yo fui viendo después que en realidad yo he sido así en la vida, he salido yo a buscar las cosas que quería, no he esperado, he tenido esa idea de la vida como un viaje, un desafío, un viaje hacia los trabajos o la escritura, la publicación, el amor. No me he sentado a esperar, sino que he trabajado para eso.

BH:.

Eso se nota. Y quiero tocar un tema que tiene que ver con lo que estás diciendo: tu búsqueda de la voz y el lugar de las mujeres. En tu libro u003cemu003eCaceríau003c/emu003e u003csupu003eu003ca href=u0022#BOX:Cacería. Buenos Aires: Literatura Random House, 2015.u0022u003e8u003c/au003eu003c/supu003e es evidente. El primer cuento de ese libro para mí es magistral. Cuéntanos sobre esa búsqueda tuya, ese viaje por la voz y el lugar de las mujeres.

MT:

Yo tengo una genealogía de mujeres fuertes, pero no fuertes porque anularan el lugar del varón. Mis abuelas, sobre todo de la línea materna, fueron mujeres que tuvieron que ser jefas de hogar por haber tenido a sus maridos enfermos, por viudez temprana, por distintas cuestiones de la vida, y conoces algo ahí en esa fuerza de las mujeres. Luego, yo también tengo una cierta militancia en organizaciones de mujeres; bueno, esa potencia de las mujeres, que es una potencia distinta a la de los varones, tiene mucho que ver con las redes de contención amorosas, de cuidado, de defensa de lo propio y bueno. También tengo dos hijas mujeres, tuve una hermana mujer muy importante para mí, una red de amigas.rnrnTodo eso aparece en las escrituras y también me he enojado con muchas cosas que han sucedido ahora, en la lucha de las mujeres en Argentina, pero también me he enojado con escritores varones que nunca citan a mujeres, y entonces he puesto escritos en los epígrafes, las he citado, las he leído en cantidad.rnrnTrabajo con mi hija y otra mujer en una colección de rescate de narradoras argentinas olvidadas, con una editorial universitaria de aquí, y con ellas hacemos una recuperación de obras de escritoras que ya no están, como parte de la búsqueda de una genealogía de escritoras mujeres.rnrnEl poeta italiano Eugenio Montale dijo que hacen falta muchos hombres para hacer un hombre, yo digo que hacen falta muchas mujeres para hacer una mujer y hacen falta muchas escritoras para hacer a una escritora.

BH:.

Quisiera cerrar con un poema tuyo, porque no podemos dejar a nuestros lectores sin saborear tu poesía:rnu003cblockquoteu003eu003cstrongu003eEntre tus faucesu003c/strongu003ernrnRío de lomo azul donde navegorncon la cabeza otra vez contrarnla orilla, devuélveme el resuellorny el talle que he tenido entre tus fauces;rny esta memoria que se lo come todo,rnllévatela. Aquella niña calandornsandía en el patio y los amargosrngranados abiertos, diamantesrnde azúcar, llévatelos. Llévate tambiénrna ese hombre de cejas espesasrny mirada viva que me ha mirado tanto.rnLlévate los días, y el recuerdornde los días, y la tarde en que se fueron,rny el abrazo. Muchas veces Caronternme pidió que entregara la dádiva,rny yo la di, y los subí a la barca,rny los empujé hacia el aguarnque hace sombra. Vuelve siemprernun camino de cipreses y el crujidornde mis pasos en la arena. Vuelvenrnlos que trazan la huella de los díasrny reclaman: Mira hacia arriba.rnY yo por el cielo, huérfana, buscandornel Caprino, los Gemelos, un recuerdornde agua azul sin alimañas. Mirarnhacia arriba, dicen, y yo en tus faucesrnotra vez, contra la orilla.u003c/blockquoteu003e

MT:

Gracias, Beatriz.

 beatriz helena robledo
Beatriz Helena Robledo

Escritora, promotora de lectura e investigadora en literatura infantil y en procesos de formación lectora. Ha escrito libros de ficción y biografías.