MaTeresaAndruetto
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Entrevista

Soy la hija de un viaje

POR Beatriz Helena Robledo • 21 noviembre 2023

20 MINUTOS

Para la primera edición de Tinta Impresa, como editora invitada elegí el tema central del viaje. El viaje, o los viajes, porque encuentro que la palabra viaje tiene muchas maneras de abordarse: hacemos viajes reales, viajes en el espacio, viajes simbólicos, viajes psíquicos, viajes líricos, viajes literarios, entre otros.

En esa búsqueda pensé en María Teresa Andruetto, o “Tere”, como muchos le decimos, porque creo que su obra, bella y amplia, aborda el viaje de diferentes maneras.

María Teresa es escritora argentina, nació en Córdoba, vive en Córdoba y se ha dedicado a la docencia y a la escritura. Estudió Letras y fue cofundadora del Instituto de Literatura Infantil y Juvenil en Argentina donde fue profesora durante muchos años. Hace unos talleres de escritura maravillosos y además escribe cuentos, novelas; escribe para adultos, escribe para niños y escribe una poesía hermosa que llega al alma. Para mí, Tere es, sobre todo, poeta.

Ha ganado varios premios, entre ellos uno muy importante que nos hizo sentir orgullosos a todos los latinoamericanos: el Premio Hans Christian Andersen de literatura infantil y juvenil, en 2012, que, para los que no lo conocen, es como ganarse el Nobel de los libros para niños y jóvenes.

Nos encontramos con Tere, vía Zoom.

Beatriz Helena:.

Tere, revisando tu obra maravillosa, en el tema del viaje, de los viajes, hay un libro emblemático, Stefano 1 : la travesía de ese joven que viene de Italia hacia América en lo que yo creo que se plantea como el inicio de una historia familiar. Hay muchos viajes en Stefano. Cuéntanos un poco sobre esos viajes.

María Teresa:

Stefano es en su estructura una novela de viaje. Podemos decir que hay muchos modos de viajar; es una novela de viaje en el sentido de que ocurre un poco en barco, un poco en tren, un poco a pie. Pero tiene varios sentidos el viaje aquí, porque es además el viaje de un migrante que sale de un país para buscar su lugar en otro. Y es también el viaje de un niño hacia su condición de hombre, porque cuando Stefano sale es todavía un muchachito, y cuando la novela termina, cuando se detiene en algún lugar —porque él todo el tiempo de la novela va viajando—, cuando finalmente ancla, es fruto del amor. Cuando la novela lo deja, él ya es un hombre, y esa palabra, hombre, es precisamente la última palabra del libro.

Y a mí me parece también que Stefano es un viaje desde la madre a la mujer amada, o a la compañera. Todos hacemos ese viaje desde la casa hacia la nueva casa en la que vamos a vivir, con un compañero o compañera, o a veces solos.

Y sí, Stefano también tiene mucha marca familiar, porque mi papá era italiano, la familia de mi mamá también. Ella no, ella nació en Argentina, pero mis abuelos maternos habían llegado a América a fines del siglo XIX, eran campesinos pobres italianos que habían venido de un pueblo a otro pueblo, así como llegó la emigración italiana y gallega, inmigración pobre.

Mi papá, en cambio, vino después de la Segunda Guerra. La suya era otro tipo de emigración, porque él tenía estudios superiores allá. La suya fue una emigración por una decepción política. Terminada la guerra, él, que había estado en el movimiento partisano, tenía ya veintiocho años cuando llegó al país. Y aunque esa no es ni la edad de Stefano ni la época en que viene Stefano —y solo algunas de las cosas que le pasan al personaje tienen que ver con mi papá y mi mamá—, lo que más tiene que ver con mi familia es el comienzo y el final de esa historia. El comienzo en el sentido de que mi papá contaba que le había prometido a su madre regresar en diez años a Italia, y el final porque de un modo parecido al de la novela fue como se conocieron mi papá y mi mamá.

Y aunque yo de chica no viajé mucho, pues vivíamos en el pueblo en una situación económica apretada, y mis viajes fuera del país han sido todos de adulta, ligados a la escritura, invitaciones y demás, yo soy la hija de un viaje, soy la hija de un hombre que hizo un viaje muy largo, como se hacía en esa época.

Todos los años, cuando yo era chica, cada 28 de noviembre —el día en que él había llegado al país, en 1948—, mi papá sacaba un álbum de fotos del viaje y recorría con mi madre el viaje hacia Argentina, que era también un viaje hacia ella.

BH:.

Hay un tema que tú exploras muchísimo que es la memoria, el viaje al pasado. En Lengua madre, otro de tus libros, viajamos al pasado a través de los álbumes de fotografía, del recuerdo de la abuela, de la madre 2. Cuéntanos un poco de ese viaje a la memoria.

MT:

Antes hago un pequeño desvío: yo creo que hay dos grandes formas de encarar una novela, una es la novela de viaje, que, aunque no siempre cuente un viaje físico —puede ser el viaje de la memoria—, hace parte de esas novelas que hacen un tránsito temporal, y ahí está Lengua madre.

La otra manera de contar una novela es rodear un punto enigmático, que es lo que yo intenté hacer por ejemplo en La mujer en cuestión. Me parece que esas son las dos grandes formas de novelar, y, si se quiere, son geométricas, como una circunferencia o una línea.

Lengua madre tiene una línea de tiempo en la que la escritura va y viene. El lector se mueve entre la abuela, la madre y la hija, tres mujeres que juegan a la partida de naipes de su vida en un contexto que es la dictadura argentina.

Y todos estos viajes tienen una base de fondo, que es a su vez otro viaje, el de la búsqueda de identidad, que para mí es muy fuerte: quién es uno, quién es ese personaje, cómo se encuentra consigo, con su pasado. En Lengua madre estamos ante una mujer joven que, para construirse en el presente, necesita ver la historia de su madre y de su abuela, saber en qué se parece a ellas, a las que estuvieron antes, y en qué medida se diferencian.

Se trata de una búsqueda de identidad que es individual, un camino, un viaje que es también social porque soy yo buscándome a mí misma en los personajes; los personajes buscándose a ellos mismos en mis escritos, y así terminamos por ir hacia una búsqueda de identidad social.

En Argentina somos todavía una sociedad en construcción, entre los pueblos originarios, las grandes camadas inmigratorias, la negación durante tanto tiempo, por ejemplo, de la población negra. Recién ahora se está recuperando ese relato que durante mucho tiempo nos contamos a nosotros mismos acerca de que todo viene de la inmigración. Y aunque es un trabajo que está todavía en proceso en nosotros, es un viaje, también.

BH:.

En Veladuras 3 se ve mucho esto que nos dices sobre la búsqueda de la identidad. La construcción de ese personaje que está fragmentado, desbaratado. Es bellísimo cómo vas poniendo las capas, una tras otra, para reconstruirlo.

MT:

Veladuras es un viaje de la protagonista hacia la cultura y la identidad de su padre, de su abuela. Es un viaje al ser, podríamos decir, a lo que ella es o quiere ser. Aunque es también un viaje físico: ella se va para curarse del alma, se va desde la llanura al noroeste, a un lugar muy alejado. En la novela es un lugar casi en el límite con Bolivia. Es un viaje de una cultura a la otra. La protagonista se llama Rosa Mamaní, un apellido aimara de una etnia que habita en el noreste de Argentina y en Bolivia. Rosa tiene una madre de origen inmigrante, gringa —acá no les decimos gringos a los norteamericanos, sino a los italianos—. Su madre es de origen inmigrante y su padre es de origen indígena.

En esa historia hay una elección de irse a otra parte, algo que también es interesante de los viajes. Me parece que los personajes de mis libros eligen trasladarse, irse de un lugar a otro buscando una vida mejor, una vida que a veces logran y a veces no. Una vida mejor que a veces es de orden económico, como Stefano, que sale de Italia para buscar trabajo en la Argentina, y otras veces de orden identitario, como Rosa Mamaní, que viaja para encontrarse con ella misma, con su parte originaria, que es la que ella elige ser.

En otro libro mío, El país de Juan 4, una familia que está en el campo resuelve irse a la ciudad. Los malos gobiernos y las sequías los empobrecen hasta que deciden emigrar. En la ciudad la cosa no va bien y terminan por regresar a su lugar. Y ahora voy a contar algo muy personal: cuando de grande empecé a viajar y vi argentinos que vivían en otros lugares, sobre todo en los países europeos —porque aquí también muchas personas se han ido del país—, yo siempre sentí que uno vive mejor en su propio país, en su propio lugar, y esto tal vez sea porque a mí me parece que a mi papá, a pesar de todo, lo atravesó la tristeza de ese viaje.

BH:.

Tere, yo creo que esa tristeza, esa nostalgia están muy presentes en toda tu obra, todo eso que me cuentas me hace pensar en otro libro tuyo en el que el viaje es una búsqueda afectiva. Hablo de La niña, el corazón y la casa 5. Para mí esa es una historia que conecta con tu noción de cómo la literatura permite tejer de otra manera los viajes dolorosos de la vida. Y quiero preguntarte sobre los viajes literarios, sobre cómo para ti el lenguaje es una manera, y la literatura otra, de viajar.

MT:

Bueno, yo me crie en un pueblo pequeño en la llanura, en una familia donde no viajábamos. Cuando yo era niña, la única salida del pueblo era para ir a ver a mis abuelos maternos, que vivían a 70 km. A mis abuelos paternos no los conocí, solo por cartas y fotos, porque vivían en Italia y esa era la salida.

Para entonces no había televisión en el pueblo, mucho menos internet, así que los viajes eran los libros y las historias, y lo que se escuchaba por la radio, y lo que contaba la gente acerca de su vida. Yo fui una niña tempranamente apasionada por los relatos, no solo por los libros que había aquí en casa, porque mis padres eran lectores y eso los diferenciaba en el lugar en que vivíamos. Éramos la única casa del barrio donde había libros; los chicos iban a mi casa a buscar libros para sus deberes. Pero a mí no solo me gustaban los libros, sino también lo que me contaban los adultos. Por ejemplo, teníamos un vecino, un señor ya mayor, como de la edad mía de hoy, y yo me iba hasta la casa de él y a la vuelta él me contaba películas. A él le gustaba el cine y a mí me encantaba, pero solo había un cine en el pueblo. Y aunque íbamos los domingos a la tarde al cine, me encantaba que él me contaba otras películas.

Del catecismo me gustaban las historias bíblicas o las vidas de santos, las de las santas, sobre todo, todas esas historias eran viajes hacia otras personas, hacia otras vidas, hacia otros lugares.

Y, claro, la literatura también siempre ha sido un modo de sanar, porque permite, llamémoslo, un sufrimiento o una alegría, que está ahí, pero que no son los de la vida, sino una metáfora de todo eso. Grossman, escritor israelí, dice que los cuentos son el único lugar donde está la herida y su curación, por eso a uno le duelen los personajes, le alegran o los disfruta, y a veces sufre con ellos, pero también en los cuentos está la cura de todo eso.

Los cuentos son el único lugar donde está la herida y su curación.

BH:.

En ese libro maravilloso Hacia una literatura sin adjetivos 6 dices: “porque un libro es un viaje que se hace a partir de capas y capas de escritura, de sucesivas evidencias a la forma para lograr un tono, para buscar un ritmo, para que suene bien, para que se vuelva familiar lo que era extraño, para que se vuelva extraño lo que era familiar, buscando que lo conocido se rompa, se esmerile, se estalle la ruptura que deje ver por debajo algún resplandor de eso que llamamos vida”.

MT:

Porque también escribir es para mí un viaje muy hondo, es un camino de conocimiento, un viaje hacia algo que uno no sabe y que va descubriendo a lo largo de la escritura.

Hay un libro mío muy pequeño que no sé si circula en Colombia, titulado El árbol de lilas 7. Ahí una mujer que pasa de largo frente a un hombre, viaja por el mundo buscándolo, hasta que se da cuenta de que era aquel que estaba el comienzo y que ella no pudo verlo. Muchas veces me han dicho —y ahí descubrí que a partir de la lectura de otros también se aprende— que esa historia es como los cuentos tradicionales, pero al revés, porque él es el que espera y ella la que busca y hace un viaje hacia el amor. Acá ella no es princesa, es normal, una mujer común que sale a buscar a quien ella va a amar, a su enamorado, y me parece que eso tiene mucho que ver conmigo. Es un cuento que escribí hace tiempo y yo fui viendo después que en realidad yo he sido así en la vida, he salido yo a buscar las cosas que quería, no he esperado, he tenido esa idea de la vida como un viaje, un desafío, un viaje hacia los trabajos o la escritura, la publicación, el amor. No me he sentado a esperar, sino que he trabajado para eso.

BH:.

Eso se nota. Y quiero tocar un tema que tiene que ver con lo que estás diciendo: tu búsqueda de la voz y el lugar de las mujeres. En tu libro Cacería 8 es evidente. El primer cuento de ese libro para mí es magistral. Cuéntanos sobre esa búsqueda tuya, ese viaje por la voz y el lugar de las mujeres.

MT:

Yo tengo una genealogía de mujeres fuertes, pero no fuertes porque anularan el lugar del varón. Mis abuelas, sobre todo de la línea materna, fueron mujeres que tuvieron que ser jefas de hogar por haber tenido a sus maridos enfermos, por viudez temprana, por distintas cuestiones de la vida, y conoces algo ahí en esa fuerza de las mujeres. Luego, yo también tengo una cierta militancia en organizaciones de mujeres; bueno, esa potencia de las mujeres, que es una potencia distinta a la de los varones, tiene mucho que ver con las redes de contención amorosas, de cuidado, de defensa de lo propio y bueno. También tengo dos hijas mujeres, tuve una hermana mujer muy importante para mí, una red de amigas.

Todo eso aparece en las escrituras y también me he enojado con muchas cosas que han sucedido ahora, en la lucha de las mujeres en Argentina, pero también me he enojado con escritores varones que nunca citan a mujeres, y entonces he puesto escritos en los epígrafes, las he citado, las he leído en cantidad.

Trabajo con mi hija y otra mujer en una colección de rescate de narradoras argentinas olvidadas, con una editorial universitaria de aquí, y con ellas hacemos una recuperación de obras de escritoras que ya no están, como parte de la búsqueda de una genealogía de escritoras mujeres.

El poeta italiano Eugenio Montale dijo que hacen falta muchos hombres para hacer un hombre, yo digo que hacen falta muchas mujeres para hacer una mujer y hacen falta muchas escritoras para hacer a una escritora.

BH:.

Quisiera cerrar con un poema tuyo, porque no podemos dejar a nuestros lectores sin saborear tu poesía:

Entre tus fauces

Río de lomo azul donde navego
con la cabeza otra vez contra
la orilla, devuélveme el resuello
y el talle que he tenido entre tus fauces;
y esta memoria que se lo come todo,
llévatela. Aquella niña calando
sandía en el patio y los amargos
granados abiertos, diamantes
de azúcar, llévatelos. Llévate también
a ese hombre de cejas espesas
y mirada viva que me ha mirado tanto.
Llévate los días, y el recuerdo
de los días, y la tarde en que se fueron,
y el abrazo. Muchas veces Caronte
me pidió que entregara la dádiva,
y yo la di, y los subí a la barca,
y los empujé hacia el agua
que hace sombra. Vuelve siempre
un camino de cipreses y el crujido
de mis pasos en la arena. Vuelven
los que trazan la huella de los días
y reclaman: Mira hacia arriba.
Y yo por el cielo, huérfana, buscando
el Caprino, los Gemelos, un recuerdo
de agua azul sin alimañas. Mira
hacia arriba, dicen, y yo en tus fauces
otra vez, contra la orilla.

MT:

Gracias, Beatriz.

 beatriz helena robledo
Beatriz Helena Robledo

Escritora, promotora de lectura e investigadora en literatura infantil y en procesos de formación lectora. Ha escrito libros de ficción y biografías.

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