Reseña

Los suicidas del fin del mundo

POR Pilar Lozano • 21 noviembre 2023

3 minutos

Autor: Leila Guerriero | 240 págs. | Tusquets | 2005

La autora nos lleva a un viaje a Las Heras, una población en la Patagonia argentina envuelta en polvo y viento. El “tenebroso suspiro del viento” que parece estar en cada página tira los cables del teléfono, desgarra árboles, golpea con violencia puertas y ventanas.  Para estar en Las Heras, afirma una voz del libro, “tienes que amar el viento”.

Con esa habilidad de los grandes cronistas, Guerriero nos pasea por este rincón alejado del mundo en el que hombres y mujeres, todos jóvenes, decidieron en un momento, entre el final de un siglo y el comienzo del nuevo, cortar de un tajo sus vidas. Juan Gutiérrez, el último de este rosario de muertes —porque fueron doce—, se colgó de un cable de la luz momentos antes de que con grandes festejos se diera la bienvenida al siglo XXI.

“El maligno se los llevó”, “Tenían problemas familiares”, “Eran parte de una secta”, fueron los rumores que corrieron cuando empezó la trágica saga.

La Iglesia católica buscó la solución celebrando más misas, los evangélicos llenaron las calles de oraciones, se crearon programas y grupos de apoyo.

Pero, en últimas, “Nada sirvió, nadie hizo nada”.

Las Heras era un pueblo de catorce cuadras, un poco más de ocho mil habitantes, y estaba envuelto en las sombras de bonanzas pasadas. La última, el petróleo, atrajo a hombres ansiosos de futuro y a mujeres dispuestas a sacar provecho del montón de dinero que ellos ganaban. Y de la mano del pecado, cuenta esta periodista argentina, llegaron las Iglesias, muchas, con su ramillete variopinto de creencias. Pero se privatizó el petróleo, se tercerizaron muchos oficios; lo abrazó la desesperanza, el desempleo, la pobreza y el olvido. El libro retrata un pueblo que no tiene que ver “con el resto de todo un país”. La autora se detiene y reflexiona: “Imaginé una vida así, sin que a nadie le importe”.

Y trenza el relato con testimonios de personas, muchas “golpeadas por la vida”: el peluquero, la encargada del cabaret, la copera… Pedro, el profesor gay, el raro, que afirma que, entre sus alumnos, los más pequeños tienen ganas de destruir, los más grandes de autodestruirse. Lo quieren: “Me ven como alguien que los entiende”. Y están las voces de los hermanos, de las madres, siempre cargadas de culpas: “¿Qué hice mal?”; de preguntas sin respuesta: “¿Por qué lo hicieron?”. Una de ellas se atreve a decir: “Lo que pasa es que aquí para la juventud  no hay nada”. Y están también, amigas y amigos de los suicidas, muchos llenos de sueños rotos, de tormentos, de “hubiera sido mejor no haber nacido”.

“Quería ser alguien”, se repite en muchas páginas. Pero para lograrlo toca salir a estudiar lejos y para eso no siempre hay dinero. La cronista, entonces, comenta: “Ser alguien era algo que querían ser muchos ahí en Las Heras. Ser alguien, decían. Como si ellos, así, no fueran nadie, nada”.

¿Cómo no pensar al leer este libro en poblaciones colombianas que, tras el paso de distintas bonanzas —la última la coca—, quedan sumidas en la desesperanza, pobladas por seres “rotos a pedazos”? ¿Cómo no pensar en los jóvenes que en estos años han alzado su voz para gritar que llevan décadas pidiendo que los escuchen porque les han negado un lugar, la posibilidad de ser, de tener sueños? ¿Cómo no pensar en los suicidios de jóvenes indígenas en esa Colombia no registrada en el imaginario de nuestros políticos? ¿Veremos crecer las cifras de los que deciden no estar agobiados por tanta indiferencia, por tanto hastío en medio de una vida sin esperanza?

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Pilar Lozano

Periodista, escritora de literatura infantil y juvenil, promotora de lectura y escritura. Ha publicado veinte libros, entre ellos La historia los viajes y la abuela, Crecimos en la guerra, Era como mi sombra y Colombia, mi abuelo y yo.

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