Fotografía Juan Diego Muñoz Vélez
Fotografía Juan Diego Muñoz Vélez
Libro al viento

Un viaje por la promoción y mediación de lectura

POR María Alejandra Tamayo Arango • 20 noviembre 2023

7 minutos

Los viajes pueden ser un sinnúmero de cosas, pero en el fondo todos tienen en común la transformación; se es uno al emprenderlos, otro en el camino y otro al finalizarlos; por ello, se hace tan urgente contarlos, transmitirlos, procesarlos en compañía. Ahora bien, lo dicho no es tarea fácil, ya que existen infinitas maneras: puede hacerse por sensaciones, lugares, personajes, cronologías, entre muchas otras formas. Por mi parte, compartiré mi viaje como promotora de lectura de Libro al Viento a través de retos que plasmaron algunas experiencias significativas para mí.

El primer reto del viaje fue despertar una consciencia respecto a prejuicios que tenía sobre la lectura. Aquí se hace necesario mencionar que tuve el privilegio de pertenecer a una familia conformada por lectores y contadores de historias, que habían hecho de ello no solo un placer, sino también una profesión. En consecuencia, siempre estuve rodeada de libros y me encantaba escuchar y crear historias. No obstante, a medida que fui creciendo, mi perspectiva se fue distorsionando y los libros pasaron a ser la fuente de “verdadero” conocimiento. Fue así como dejé de lado cuentos, novelas, poemas que me habían apasionado y centré mi interés estrictamente en libros académicos, especialmente de Ciencias Sociales. Empecé a desestimar lo que otro tipo de textos podría brindarme, construí un discurso que reducía perspectivas distintas a la mía sobre la lectura.

Viviendo esta “etapa”, estudié en la universidad Sociología motivada por hallar algo que me formara para aportar a la transformación social, que me gustara, que me permitiera trabajar con personas y que me aproximara al área educativa, que siempre me inquietó. Al finalizar la carrera, me vi en la necesidad de conseguir trabajo, y, después de realizar unos talleres sobre la independencia de Colombia en una biblioteca infantil de un colegio, me encontré con la oportunidad de vincularme a Libro al Viento. Recuerdo lo significativo que fue para mí ver las actividades de mis compañeros. Trabajaban con distintas poblaciones a lo largo y ancho de Bogotá en lugares como plazas de mercado, universidades, bibliotecas comunitarias, hospitales y pagadiarios 1, entre otros. Sus actividades desmontaron muchos de mis imaginarios. En primer lugar, el eje de estas no era el libro en sí mismo, más bien aquel era un medio para, a través de variadas estrategias, abrir conversaciones en las que cualquiera podría participar. El libro entonces dejó de ser la única fuente de conocimiento, porque también lo eran las personas y sus vivencias. Igualmente, a partir de esta experiencia recuperé algo que había demeritado: cómo la lectura puede ser una construcción de un intenso sentido colectivo, porque es un diálogo con ideas, sentimientos y saberes expresados por otros que pueden trasladar al lector a mundos y posibilidades nunca planteadas o hacerlo sentir identificado con personajes, situaciones, contextos.

Las siguientes paradas de mi viaje fueron los títulos de Libro al Viento. Hubo varios que ya conocía gracias a actividades del proyecto en parques, lanzamientos en ferias del libro de Bogotá y su presencia en casas de familiares. Recuerdo especialmente Versiones del Bogotazo y Bogotá contada. Mi primera lectura de los títulos de esta colección fue, desde una perspectiva individual, limitada por mis prejuicios, pero a la vez inquieta por el proyecto. Pero para mi segunda lectura, yo ya no solo era una lectora, era además una lectora-promotora que ya estaba posicionada, esta vez, desde mi amor por la lectura y la relación de este con otras personas. Esto generó un mayor disfrute de los libros al viento que ya conocía y de los que no, como La dicha de la palabra dicha o Pütchi Biyá Ûai. Descubrí, además, que de mi “condición” de lectora-promotora comenzaron a surgir unos nuevos cuestionamientos en mis lecturas: ¿cómo transmitir mi amor por la lectura?, ¿qué herramientas utilizo?, ¿cómo escoger los libros?, ¿cómo transformar desde mi labor?, ¿cómo evocar realidades a través de los libros?

Aquellas y otras inquietudes permitieron que me diera cuenta a través de las conversaciones, los juegos, las lecturas compartidas y las preguntas en mis actividades, de que otros, al igual que yo, tenían prejuicios frente a los libros, lo que Chimamanda Ngozi Adichie llama “historias únicas”, es decir, una sola versión excluyente que surge de los prejuicios que crean discursos hegemónicos, y que no representa la multiplicidad de sujetos y de voces. Escuchaba entonces expresiones frente a la lectura como: “yo no leo bien”, “eso es para los que estudiaron”, “me da pena”, entre muchas más, las cuales develaron para mí el carácter profundamente libertario y transformador de un proyecto como Libro al Viento. Y es que, a través de la apropiación del proyecto que hacen los gestores culturales, los promotores y los bibliotecarios, además de los ciudadanos que abren espacios con Libro al Viento, se promueve la empatía, mientras se lucha contra una serie de prejuicios en torno al libro y la lectura que son suscitados por lógicas sociales que reprimen la posibilidad de que las personas accedan al capital cultural que les permita nutrir su proceso de conformar perspectivas propias.

El viaje por Libro al Viento, que aún no ha terminado, me ha enseñado que la promoción de lectura es un proceso que también surge de posibilitar una atmósfera de confianza en la que la gente pueda compartir sus saberes, disfrutar, aprender, enseñar y construir.

María Alejandra Tamayo Arango

Socióloga, promotora y mediadora de lectura con énfasis en Conflicto Armado Colombiano y magíster en Educación con énfasis en Desarrollo Humano y Valores.

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