Autor: Paul Colinvaux | 185 págs. | Ediciones Orbis | 1978
Importa qué materias usamos para pensar otras materias; importa qué historias contamos para contar otras historias; importa qué nudos anudan nudos, qué pensamientos piensan pensamientos, qué descripciones describen descripciones, qué lazos enlazan lazos. Importa qué historias crean mundos, qué mundos crean historias.
––D. Haraway.
Paul Colinvaux fue uno de los ecologistas e investigadores naturales más importantes del siglo xx y en este libro, Por qué son escasas las fieras, nos introduce a la ecología de una manera precisa y creativa. Aunque el libro es de 1978, no deja de asombrar la actualidad de sus elementos y la forma como estos nos siguen interpelando.
El libro comienza ubicando a las especies en cada uno de sus ambientes, explicando la interacción constante entre el espacio y los cuerpos y la infinidad de recursos biológicos que tienen los animales para crear un hogar en las condiciones más variables. La pregunta que atraviesa el libro (¿por qué son escasos los grandes animales feroces?) se comienza a desenvolver en este contexto, pues es fundamental entender la eficiencia de la vida y cómo el grupo de árboles y plantas ayudan a sostener una red inmensa de vida que acoge, oculta o muestra a sus integrantes. En ese sentido, el autor hace mucho énfasis en la descripción de lugares, el sistema oceánico, la regulación del aire y la coexistencia y colaboración entre las especies.
El libro llega a un punto en el que explica cuál es la función de los animales cazadores, cuales son las demandas del espacio en el que habitan cada uno de los seres vivos y cómo se estabiliza la naturaleza a partir de unas reglas que se han trazado durante miles de millones de años hasta conformar una comunidad vida y compleja que no deja de expandirse. Por esta razón, el ser humano se encuentra ubicado en un punto nodal en el que tiene la capacidad de alterar, interceptar o propiciar otro tipo de agenciamientos orgánicos para recomponer los daños hechos y posibilitar nuevas interacciones, nuevos espacios, es decir, nuevas especies. O dicho en palabras de Donna Haraway, ser capaces de nuevas respons/habilidades (respuestas creativas frente al cambio climático) y comenzar a restaurar parte de ese tejido que, como especie, hemos venido accidentando.
Tal vez en eso radica la importancia de este libro, pues nos va construyendo una noción mucho más amplia de la ecología, de los espacios y de la vida en la que el ser humano puede participar de manera creativa y articuladora, componiendo el paisaje de una manera que no necesariamente sea mortífera ni amenazante, pues tal como el autor lo sostiene durante los capítulos, tenemos hoy más que nunca la necesidad de volver a pensar los lugares que habitamos y los seres con quienes deseamos/dependemos para hacerlo.