Tiempos de aislamiento, tiempos de esforzarnos por encontrarnos, vincularnos de múltiples formas y sentir al otro. A su vez, estos son tiempos en los que, la literatura, como la vida misma, busca y encuentra formas para propagarse.
Agrolecturas y BioChismes es el nombre del club de lectura virtual que tiene como fundamento compartir el aislamiento, esto desde el tejido de conversaciones intensas e intimas sobre los saberes huerteros. Allí compartimos con quienes, día a día, valoran el acto de crecer las palabras sobre las plantas, la tierra, el abono, el agua, así como los esfuerzos encontrados en la agricultura urbana y periurbana. No es sencillo hallar el tiempo y espacio para tener la tranquilidad de construir colectivamente escenarios variopintos que rompan el asfalto homogenizaste, pero los azares de las pausas del mundo han proliferado nuevos colores huerteros.
El color y la vida a veces son perseguidos, señalados e incomprendidos. Las huertas son un tejido de puntos, plantas y palabras que se entrelazan en preguntas que la literatura teje, se hacen nudos fuertes con múltiples historias, poemas, crónicas y cuentos. Las agrolecturas y los biochismes se centran en la naturaleza, nuestra y del todo, uno de los temas más recurrentes: conjuntar la literatura y la agricultura urbana con los pies en los territorios y la mirada en la luna, calendarios alternos que marcan los tiempos de la siembra a la cosecha.
Agrolecturas porque el club ocurre a partir de una relación dinámica con la lectura de textos de la colección Libro al Viento, y también con la lectura de las múltiples formas de reproducción de la vida que propicia la agricultura urbana y periurbana en la ciudad de Bogotá, fortaleciendo la conciencia sobre la organización circular de lo vivo y la vida común.
Biochismes es una categoría que acogemos del colectivo Ambiente Tabanoy, proceso social de San Cristóbal, donde la gente del barrio es convocada a conversar del chisme como tradición oral y donde ese mismo chisme es comprendido como la forma de reproducción y reconocimiento de saberes del otro en espacios no formales. Del chisme a las historias, de esas que se cuentan junto al fogón, donde se invita al tejido común desde lo íntimo, reflexionando lo privado y socializándolo en espacios colectivos. Se trata de que los chismes sobre la vida, sobre la agricultura y los saberes huerteros fluyan y vuelen al igual que los libros. Son entonces múltiples formas de conocer y conocernos en la escritura y en la lectura de los ecosistemas que se cuidan, para reflexionar sobre las diversas realidades y nuestras maneras de habitarlas.
La auto construcción de sí mismo y del otro en colectivo con la literatura nos recuerda que somos seres vivos, sistemas dinámicos y a su vez sujetos lingüísticos, atados a la cultura y al contexto o, en términos biológicos, somos seres autopoiéticos. La autopoiesis es un concepto de los pensadores chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela, quienes en la década de los setenta crearon un nuevo paradigma en las ciencias para comprender la forma de auto producción y creación de los organismos vivos. En su libro De máquinas y seres vivos (1971), Maturana y Varela hablan de tres propiedades que tienen los sistemas autopoiéticos para continuar su reproducción. Estás son: 1) borde semipermeable constituido por componentes moleculares que permiten discriminar entre el interior y el exterior del sistema; 2) interdependencia de una red de reacciones que es regenerada por las condiciones producidas por la existencia de ella misma; y 3) no existe una intervención causal del entorno en el sistema sin que el mismo sistema lo provoque.
El acto de sembrar y de leer es también un acto autopoiético. En la teoría de Maturana y Varela, “todos nos estamos creando en todo lo que hacemos”, y esto aplica si estamos leyendo un libro o en la siembra de otras formas de vida, lo que me hace pensar en el poema “He construido un jardín” de Diana Bellessi:
He construido un jardín como quien hace los gestos correctos en el lugar errado. Errado, no de error, sino de lugar otro, como hablar con el reflejo del espejo y no con quien se mira en él. He construido un jardín para dialogar ahí, codo a codo en la belleza, con la siempre muda pero activa muerte trabajando en el corazón.